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"..Porque me piden cante? si me han cortado a tiritas todo el azul de mi cielo, se han caído "toiticas"mis estrellas por el suelo.."
Ali Primera
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1.- Por muchos años que transcurran, la memoria se niega al olvido y rechaza el perdón sin castigo, por eso nunca me restaré de estar ahí, es la forma de honrar a quienes no salieron con vida.
Asistimos el día de ayer junto a familiares, amigos y sobrevivientes del campo de prisioneros de Cherro Chena en San Bernardo - declarado Sitio de Memoria - a una visita al primer lugar de detención instalado en ese cuartel del Ejército, conocido como la Escuelita. La Corporación Memorial Cerro Chena me entregó el alto honor, en mi condición de ser uno de los pocos sobrevivientes que pasó por ese lugar, de guiar dicha visita y rememorar los dolorosos días que allí se vivieron.
Si se camina por la Avenida Colón y se llega hasta el final de la misma yendo hacia el poniente, se llegará a la entrada del recinto militar. En esos tiempos en las afueras de la comisaría de San Bernardo - en Colón con Urmeneta - había un control por el que pasaban los vehículos que transportaban detenidos rumbo al cerro. Imposible era no escuchar el santo y seña del día y luego sentir como se movía la barrera. Quienes vivíamos en la comuna no teníamos dudas de cuál era nuestro destino final, otros muchos seguramente percibían en sus cuerpos el peligro que acechaba ahí cerca.
En el portalón de entrada eran recibidos los detenidos que llegaban desde distintos lugares, luego de los datos personales el interrogatorio versaba exclusivamente sobre el Plan Z y las armas, pues era inconcebible para los verdugos que tales cosas fueran ignoradas por quienes ellos llamaban enemigos de la patria.
Ahí tendrían que hablar y confesar.
No vamos a hacer una larga perorata ni a exponer con lujo de detalles los maltratos ni las palabras soeces con que se trataba a los detenidos, bastante se ha escrito ya sobre ello. Nuestro objetivo es recordar a los seres humanos, padres y madres, hermanos y hermanas, compañeras y compañeros que llegaron a este lugar, plenamente conscientes de lo peligroso que era tener militancia política y habérsela jugado toda por el gobierno y el programa del presidente Salvador Allende. Eran personas inocentes de toda culpa, a las que solo se persiguió por pensar distinto.
2.- En los inicios - en la Escuelita - la vorágine del día a día y la brutalidad como compañía permanente de los celadores, mantuvo casi permanentemente vendados a quienes llegaban desde diferentes comunas, sin embargo nunca faltó la palabra de aliento, la caricia fraterna, el afecto revolucionario.
Las patadas en la puerta de las salas y la entrada de algunos "pelados" que nos daban un poco de café con leche y un trozo de pan, era para los detenidos el principio del día. Sentados y con la espalda en la muralla, atentos y tensos, esperaban hasta escuchar el sonido del vehículo que traía a quienes tenían por misión sacarles cualquier cosa a punta de golpes. Se abría bruscamente la puerta, se escucha un nombre y el llamado es sacado del grupo y pasado al frente de las salas de la escuelita. 20 pasos exactos, gritos, golpes, palabras inaudibles muchas veces y luego el retorno a la sala, arrojado en calidad de bulto y un nuevo nombre, en una rutina exasperante que solo es rota al mediodía, para continuar luego hasta que entra el sol.
En voz baja y cuidando no ser sorprendidos, hablamos de la familia, uno o dos adolescentes son cuidados por los demás y en ese cuidado están abrazando a la familia. Todos sin excepción pedimos en una suerte de ruego, que aquel que salga cuente a los suyos que no los olvidaron nunca, que lamentan no haber vuelto y envejecer junto a ellos pero que no se arrepienten de nada por que nada malo han hecho.
El más aguerrido invita a mantener siempre en alto las banderas, que nunca olvidemos a los trabajadores y sus luchas. Después abrazos y recados, lágrimas y sonrisas, cariños de compañeros.
El 29 de septiembre de 1973, fue el único día que fuimos autorizados a sacarnos las vendas y compartir un rato, mientras pomposamente un oficial de alto rango nos declaraba prisioneros de guerra, En la noche nos sacaron en camiones, unos encima de otros hacía la casa del techo rojo, lugar que sería para muchos el último espacio de sus vidas.
Por eso estoy y estaré aquí hasta cuando lo permitan las fuerzas, exponiendo lo vivido e invitando a no bajar la guardia, pues el enemigo de las ideas de cambio y avance de nuestro pueblo sigue vivo y actuando.
Porque pese al dolor de la pérdida, a la falta de las manos que apretaron la mía y acariciaron mis cabellos, quedaron grabadas a fuego las ideas y los sueños, las que tomamos y con las que construimos desde entonces.
Nada está olvidado
Nadie está olvidado.
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Nuestra fuerza la unidad
Nuestra meta la Victoria
MANUEL AHUMADA LILLO
Departamento de Comunicaciones y Difusión CGT CHILE