Cuando a finales de Septiembre de 1973 estábamos en el campo de prisioneros de Cerro Chena y por única vez pudimos vernos las caras y conversar, había una sola y gran preocupación en “los viejos” que eran entonces mis compañeros de cautiverio.
“A nosotros nos van a matar” dijo Manuel Gonzalez “y debemos hacer un compromiso”. “El que salga de esta, deberá escribir lo vivido y hacerse cargo de las banderas. La lucha por los derechos de los trabajadores no termina aquí”.
Nos miramos todos, no era necesario decir nada más.
Apretamos con fuerza nuestras manos y varios lloramos, porque se percibía en los gestos de los carceleros y en las miradas del séquito que acompañaba a quien se identificó como director de la Escuela de Infantería, que lo que se venía sería durísimo. No sabíamos que para algunos sería la última vez que podíamos conversar sin el temor de ser golpeados si nos oían.