PULSO SINDICAL Nº 174 DEL 16 AL 22 DE DICIEMBRE DE 2012



En mas de una ocasión hemos llamado la atención respecto de ciertas noticias que, luego de ser difundidas por algunos medios, extrañamente dejan de tener la importancia que la misma presupone. En pocas palabras, se sacan de las pautas, se omiten.

¿Si no, como explicar que haya desaparecido toda información sobre aquel robo a un cajero automático efectuado al interior de un regimiento en Peñalolen,  el silencio sobre la investigación del asesinato del joven poblador en una protesta en la misma comuna, el desconocimiento de la investigación sobre el gendarme que lesionó gravemente a un joven estudiante en un departamento de un 4º piso, el teniente motorizado que pateó y atropelló a manifestantes?

Lo anterior es aceptado por organizaciones e instituciones de todo tipo y se da en todos los planos de la noticia. Vaya uno a saber  las razones de los editores (o censores) pero por alguna extraña razón se busca y se consigue que la sociedad ni siquiera se de cuenta de esta grave violación a su derecho a ser informado.
Veamos 2 hechos sucedidos en la última semana, para graficar lo que decimos.

PULSO SINDICAL Nº 172 DEL 30 DE NOVIEMBRE AL 07 DE DICIEMBRE DE 2012

Sebastian Acevedo y Eduardo Miño, ambos obreros, forjadores a punta de esfuerzo y empeño de nuevos caminos propios y colectivos – caminos no exentos de desilusiones y sinsabores pero también de incontables alegrías – fueron por la vida esperanzados siempre de que lo que venía era mejor que lo vivido hasta entonces.
Fueron militantes concientes y disciplinados de causas propias asumidas como un deber ineludible, dictado en conciencia  por ese camino de privaciones y contentos tan propio de los obreros, de los trabajadores de esta patria y de todas las patrias.
Sebastian y Eduardo no tenían previsto para su futuro un fin tan trágico.
No pensaron jamás que una danza de llamas elevaría hacía el cielo sus gritos de libertad y justicia, de respeto a esa dignidad pisoteada tan impunemente.
Sebastian y Eduardo no son recordados regularmente por todos aquellos que supimos de sus inmolación, incluso a veces su gesta que es imborrable tiende a perderse entre la maraña de compromisos del ahora.
Pero ahí están, en el piso y en las conciencias de los que vieron y de los que no vieron, las manchas imborrables de aceite humano, mudo símbolo, eterno testimonio, de la entrega de estos hombres, dispuestos incluso a morir si con ello lograban remecer conciencias, obtener respuestas.

El 11 de noviembre de 1983 Sebastian llegó hasta las puertas de la catedral de Concepción, 2 días sin saber el destino que corrían sus hijos en manos de la CNI lo llevaron a demandar a viva voz su libertad. El ruego no encontró respuesta por lo que roció su cuerpo con parafina y bencina y se prendió fuego. Logró ver y hablar con su hija antes de morir. Los cerdos la volvieron a detener días después.
Sebastian ya no estaba para enrostrarles su inhumanidad.